11.8.09

La otra puerta



Era un edificio de apartamentos no muy grande, unas seis o siete plantas tan solo. Una puerta por piso, una familia por puerta. Ella vivía allí. No era ni muy alta ni muy baja, ni muy gorda ni muy delgada y puede que no llevase gafas. Aunque también podría haber sido todo lo contrario. Lo que sí es seguro es que tenía la edad. Esa edad en la cual ya no se es lo suficientemente pequeño como para creer en la magia ni lo suficientemente adulto como para haberla olvidado.

El piso que nos interesa es el mismo que le interesaba a ella: el último. El piso en el cual estaba el trastero y al cual apenas si alguien subía. Excepto ella. Ese piso no tenía realmente nada excepcional, al menos para los ojos poco expertos.


En el rellano había una ventana por la que se filtraba con más o menos intensidad la luz durante todo el año. También había una pequeña claraboya en el techo, demasiado sucia como para poder percibir lo que había al otro lado y estaba la puerta que daba al trastero. Aunque también había otra cosa. Había otra puerta, idéntica a su compañera y situada justo enfrente. La única diferencia es que al contrario que con el resto de puertas del edificio, ella no tenía ni idea de que podía haber al otro lado, si bien una cosa estaba clara: debía de llevar a alguna parte. Todo el mundo sabe que las puertas dan a algún sitio. Es su naturaleza y nadie lo puede cambiar.

A ella le gustaba subir a allí arriba, donde todo estaba siempre en silencio, acompañada de sus libros, a leer. Leer le daba la oportunidad de hacer algo que nada más podía y era escapar de la realidad. Era su pequeño secreto y estaba segura de que era algo que el resto de la gente ya había olvidado, por eso guardaba su secreto con tanto celo,
Subía siempre que podía y se pasaba horas y horas leyendo. A veces para ella, a veces a media voz si el pasaje en cuestión era especialmente bueno.

Solía apoyar la espalda en la esquina que estaba al lado de la puerta del trastero, cerca de la ventana para poder ver sin forzar la vista.
Llevaba tanto tiempo subiendo allí que apenas si podía pensar que alguna vez no lo había hecho y siempre era igual. Escaparse a hurtadillas de casa, con un par de libros bajo el brazo, subir lentamente por las escaleras, comprobar que no necesitase más luz y sentarse en su esquina a leer. Tanto tiempo que ya lo hacía automáticamente.

Pero un día fue distinto. Porque, si bien llevó a cabo el ritual paso a paso como siempre hacía, cuando se encontraba murmurando las palabras contenidas en las páginas de uno de los libros, un pájaro que probablemente pasó demasiado cerca de la ventana, soltó un graznido y eso le hizo pegar un pequeño brinco y levantar la cabeza. Fue entonces cuando se fijó en la segunda puerta. Sabía que siempre había estado allí pero fue como si la viese por primera vez y, algún pensamiento pasó por su cabeza en ese momento que le hizo cerrar el libro, ponerse en pie, y sentarse justo en el sitio opuesto a donde estaba, al lado de la otra puerta.

A partir de ese día ese fue su nuevo sitio. Y ya nunca leía para sí misma como solía hacer a menudo, si no que leía en voz baja pero clara, como si le contase las historias a alguien. Y cada poco levantaba la mirada y la dirigía hacia esa puerta. Se sentía feliz. Feliz y acompañada. Esa otra puerta, por alguna razón, le hacía compañía en la soledad del último piso.
Pasaban los días y ella seguía subiendo sin falta a leer a su rincón personal, a leerle a la otra puerta y a quien quiera que estuviese al otro lado.

Pero el día de su cumpleaños fue distinto, si bien empezó de la misma manera. Subió, se sentó y comenzó a leer el libro que le habían regalado cuando otro pensamiento de naturaleza similar al que en un principio le hizo cambiar de sitio le hizo levantarse y, con el libro en una mano, miró a la puerta fijamente y casi sintió como la puerta le devolvía la mirada. Una mirada única. Y, sin soltar el libro, puso la mano libre en el pomo y lo giró.



No recuerdo quién ni cuando me contaron esta historia. Incluso es probable que la haya soñado. Lo único que sé es que cada vez que subo al trastero y paso por delante de la otra puerta, mi mente se llena de los ecos de mundos distintos, olvidados ya por el hombre. Y que una voz muy suave y clara inunda mis oídos y me narra una historia que no soy capaz de comprender pero que siempre me provoca una sutil sonrisa.




art by zechic @ Deviantart

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