31.8.09

La ciudad

Notó el viento en la cara. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo. Desde ahí la ciudad se veía preciosa. Sus altos edificios iluminados en blanco, azul... algún tono anaranjado y el negro por encima de todo. Las luces encendidas formaban un bonito diseño.

Sacó un cigarrillo del pantalón, lo encendió con cuidado y dio una profunda calada. El humo que salía por su boca le nubló la mirada durante unos segundos pero rápidamente volvió a aparecer la ciudad ante sus ojos. Se agachó, manteniendo el cigarro en la boca, fuertemente sujetado entre sus labios y sin dejar de mirar al frente. Con la mano derecha cogió lo primero que se encontró, se incorporó, lentamente, con una mueca que en última instancia podría haber sido el amago de una sonrisa, observó lo que tenía delante, trató de calmar su respiración, sopesó el objeto y lo lanzó tan fuerte como su brazo se lo permitió.

Unos instantes más tarde sus oídos captaron el sonido de una alarma, pero su mente estaba ya en otra parte. La mueca se hizo más exagerada.

Estaba mirando la ciudad sin mirarla, los ojos más allá del simple acero y vidrio. Sintió los mismos olores de todas las noches, atascados en su nariz, los mismos ruidos, incluso el mismo sabor amargo que se te instalaba en la boca.

Otra calada, los sentidos nublados por otro instante, pero de nuevo un instante nada más. No era suficiente.
Necesitaba más.

La ciudad se estaba apoderando de ella.

Bajo sus dedos sentía la textura del hierro oxidado de la escalera de incendios. La oxidada, fría y húmeda escalera. Mucho mejor que cualquier cosa que sus dolidos sentidos pudiesen captar. Con diferencia.

La última calada.

Sabía, sin mirar el cigarrillo, que era la última. Y por ello fue tan larga. Notaba el humo entrando en su cuerpo, rellenando hasta la última oquedad de su ser. Se regodeó en esa sensación.
Cuando sus pulmones no pudieron expanderse más tomó la colilla entre dos dedos y, aguantando la respiración y con los ojos cerrados, extendió los brazos a ambos lados de su cuerpo.

Perdió la noción de cuanto tiempo estuvo así cuando, de repente, la colilla se resbaló de entre sus dedos, cayendo al vacío que se removía a sus pies. Una bocanada de humo salió de su boca, sintió el aire frío de la noche en la cara y se dio cuenta de que llegaría antes al suelo que la propia colilla.

“Jódete Newton”


Los ecos de una carcajada resonaron por las calles cercanas durante varios minutos.

2 comentarios: